20130521

Un solo paso, un solo corazón


Las prácticas de orden cerrado son esenciales para la formación del pentathleta, pues contribuyen a los aspectos espiritual, intelectual, corporal y material. No están en nuestro método de instrucción sólo para «vernos bonitos» en los desfiles ni para hacerle la vida imposible a los muchachos. Conforme los individuos adquieren el hábito de moverse a una sola voz, en un mismo paso, adquieren sentido de su responsabilidad individual en la tarea del grupo, al tiempo que una identificación recíproca, que es raíz del espíritu de cuerpo. 

«Se decidió que la autodisciplina fuera de carácter militar, ya que así se ejercita la obediencia y el mando, mejora y hace más pronta la voluntad, templa nuestro carácter, orienta la agresividad. Así se imprime la seriedad y el estilo que nos distinguirán por la formalidad y responsabilidad en nuestros actos» (Del Manual de Conocimientos Mínimos del PDMU, n. 508).

Es un hecho comprobado por la psicología que el oído influye en las funciones mentales y corporales. Por eso para estudiar se recomienda escuchar música barroca o neoclásica, y quienes gustan de escuchar ritmos frenéticos, frenéticamente piensan y actúan. Escuchar nuestro propio pulso nos permite controlar el ritmo cardiaco, e igual ocurre cuando se escucha atentamente la propia respiración.
Ésta es una lección que aprendimos empíricamente cuando empezamos a correr como práctica cotidiana, y que reforzamos cuando nos hicimos de un reproductor portátil para escuchar música de ritmo bien marcado mientras ejercitamos. Quizá sin saberlo de manera consciente, aprendimos que al sincronizar la respiración y el trote en un ritmo sostenido, resistimos más tiempo, recorremos mayor distancia, tardamos más en llegar a la fatiga. Mismo propósito tienen los cantos y porras que entonamos en la marcha a paso redoblado o paso veloz: obligan a modular la cadencia y la respiración.
Cuando los muchachos marchan correctamente a paso redoblado, clavando los talones, el sonido del taconeo es mucho más que una guía para conservar la cadencia: al cabo de pocos minutos, la respiración se modula según el ritmo del paso, y poco después ocurre lo mismo con el corazón. Una sección atenta al paso de cada uno de sus integrantes, no es un grupo de 33 elementos caminando: es un solo individuo infatigable, poderoso, avanzando indetenible hacia un mismo destino, animado por 33 corazones que palpitan al unísono.
Pero no se trata de construir un autómata de 66 piernas. En modo alguno se pretende desaparecer la individualidad de cada uno de los muchachos; al contrario, el valor del individuo es uno de los pilares de la formación pentathlónica, y precisamente a lo que se apela con la práctica del orden cerrado como fin último no es a desindividuar ni a marchar sobre el mismo pie: es a construir el sentido de la responsabilidad personal en el avance del grupo; también, a volver consciente para cada cual su parte en la identidad colectiva. Marchar a un mismo paso, respirar un mismo aliento, palpitar con un mismo latido, no debe ser una práctica impuesta desde arriba por el mando o el instructor, sino un deseo personal, un compromiso íntimo, engendrado por el amor fraterno.
La prestancia y exactitud para obedecer, así como el dominio de los giros, marchas y rompimientos del orden cerrado, son prerrequisitos indispensables para pasar a actividades de mayor exposición y riesgo físico. No puede el instructor, no debe, arriesgar su pelotón en prácticas de orden disperso, sobrevivencia, escalada, tiro ni defensa personal, si no tiene seguridad absoluta de que cada uno de los integrantes es consciente del supremo valor de la obediencia, es perfectamente exacto en el cumplimiento de las órdenes y fraternalmente atento a la seguridad e integridad de sus compañeros. Quien no está siempre alerta a escuchar una orden de giro o rompimiento y ejecutarla correctamente en el ambiente controlado del cuartel, es imposible que comprenda y ejecute una orden de la que puede depender su vida cuando cuelga de una cuerda a diez metros del suelo. Quien no es capaz de controlar su cuerpo en las posiciones a pie firme y las marchas, difícilmente lo hará cuando tenga un arma en las manos o a un contrincante sometido.
Si con el auxilio del oído y la vista, al escuchar el taconeo y ver el braceo de sus compañeros, el muchacho es incapaz de sincronizarse con el grupo y contribuir a la tarea común, ¿qué será en el monte, donde las prácticas obligan al sigilo y la invisibilidad? Si pierde el paso en los ensayos para el desfile, ¿evitará extraviarse cuando el pelotón se disperse en una práctica de campo? Si es incapaz de controlar la sed y el cansancio en las maniobras de cuartel, ¿resistirá en las prácticas de sobrevivencia?
Y, mirando más allá de su paso por el PDMU, ¿qué desempeño esperamos verle en la universidad, en el trabajo y la familia, si no consiguió templar su carácter, someter la frustración, afinar la voluntad?
Lo hemos dicho antes y de varias maneras: la finalidad del método y la instrucción pentathlónicos no es sólo «hacer»; no es un pasatiempo estéril, una «terapia ocupacional». Cada práctica, cada aprendizaje, cada aptitud generada y cultivada en nuestros niños y jóvenes, tiene un propósito superior. El orden cerrado es quizá la parte más elemental, la más colectiva, la más vista y conocida del PDMU, y por eso mismo su dominio es condición indispensable para apuntar a las metas más altas, personales y abstractas en la formación. Sin la capacidad de obedecer y el consecuente talento de mandar; sin identificación con el grupo y sentido de responsabilidad, todo lo demás será esfuerzo inútil.


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Sabiduría Pentathlónica