20120821

Lealtad: 73 años


El que es leal sólo a sí mismo, sin un punto de referencia trascendente, es como el que camina por el filo de un precipicio con los ojos vendados y espera llegar ileso al otro lado. 

La lealtad es buena, siempre que el objeto de ella sea superior a las pobrezas humanas. Sólo entonces es no como una venda, sino como un pasamanos al cual sujetarse cuando faltan las fuerzas o el vértigo apresa.
La lealtad no puede ser selectiva. No puedo decirme leal a una idea y darle la espalda a la institución o la persona en que esa idea tiene su origen. La lealtad acomodaticia que se queda con las promesas y desecha las obligaciones, es oportunismo; aquella que prefiere el seguimiento ciego, fanatismo.
El ideal es superior a la persona, a la humanidad misma, porque es aspiración a trascender lo humano. Los costos que exige al individuo a cambio de trascender su finitud y soledad, están tasados mediante un método, un ejercitamiento físico, intelectual y moral que, al tiempo de fortalecerlo para completar el camino, lo orienta para mantenerse en él. Mantenerse en ese camino, eso es la lealtad.
Como el ideal rebasa por mucho a la persona, su pureza y su luz sólo pueden custodiarse dignamente más allá de las manos humanas: en el recinto de una institución, en el sagrado de un código, en una ritualidad que lo trasmite entre las generaciones. Si bien institución, código y rituales son hechura humana, todos ellos resumen y definen el fin, los medios y los principios que sus hacedores intuyeron, mediante la revelación o la epifanía, mismos a los que se sometieron en aras de su bondad inmanente.
Las religiones, Estados e instituciones que perduran en la historia, no son los acomodaticios que se adaptan a los tiempos como los zapatos a los pies, sino los que adaptan sus pies a las piedras del camino... Dije ‘adaptan’, no ‘imponen’, pues lo segundo lleva al totalitarismo, al fanatismo: al precipicio.
A pesar de las faltas y miserias de los seguidores, anónimos y numerosos, o de los guías, individuados y escasos, sólo en las instituciones sólidas, los códigos inalterables y los métodos inexcusables, la fe, la ideología o la misión secular prevalecen inmunes a las manchas del pecado, el crimen o el fraude.
El ideal, si auténtico, es esencial, sencillo y luminoso. Lleva a los individuos y a la colectividad que lo persigue, a una bondad, verdad y belleza que no se marchitan. El Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario ofrece, cultiva y persigue un modo de vida optimista, sano, sencillo, abierto a la vista de la sociedad, de la Patria y el Creador, resumido en la Finalidad Suprema, «Por la Grandeza de la Patria»; luego desglosado en las Cuatro Finalidades Particulares (Espiritual, Intelectual, Corporal y Material) y codificado en el Pentálogo.
En la Institución, Código y Método del Pentathlón, pues, se ven a las claras esos fines, medios y principios que configuran su Ideal: un ideal perfectamente compatible con niños, jóvenes y adultos; con hombres y mujeres; con ateos y fideístas; derechistas, izquierdistas y centristas... Quien sólo ofrezca tenebrismo, esoterismo, hermetismo o culto a la personalidad, por mucho que vista de gris acero, no puede llamarse pentathleta, pues da signos inequívocos de que no busca la belleza, bondad ni virtud que nosotros vemos en la Grandeza de la Patria.
Resalta que éste fuera el tema preponderante durante las celebraciones por el 73er. Aniversario de la XV Zona Jalisco. De la lealtad hablaron, en todos los tonos y registros, tanto nuestro Jefe Nacional, Cmte. Gral. Raúl Hernández, como nuestro Comandante de Zona, 2º Cmte. Raúl Zamora; los ex Comandantes de Zona presentes en el brindis, Francisco Palos y Martín de la Rosa, y representantes de tres generaciones torales de la institución en Jalisco –entre quienes resaltaron los contemporáneos de mi Cmte. Romualdo Cabeza por su entusiasmo y paternal disposición–. Y con la lealtad, trajeron a cuento fortaleza,  perseverancia, constancia y pureza de intención, virtudes sin las cuales es imposible ser leal.
Hablaron del honor que entraña la lealtad. De la deuda ideológica que tenemos con las nuevas generaciones pentathletas, pues su ignorancia de la verdaera y prístina luz del Pentathlón da pie a la tentación de trocar el honor por los desvíos de la traición, el oscurantismo y la sedición.
Nos reconvinieron por nuestra tibieza para cultivar el Ideal, que resulta en la frágil lealtad de los muchachos y de algunos adultos que hoy quieren derruir los cimientos de la Institución que les ofreció todo para adaptar sus pies al camino de la trascendencia y prefirieron echarse en la cuneta cuando les apretaron los zapatos.
Insistieron, con toda la razón, en recordarnos cuán obligados estamos a cultivar una lealtad inteligente y perseverante, capaz de enfrentar los males endémicos del fanatismo y el oportunismo, en la trinchera de cada alma pentathleta.




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