20110323

De la fuerza y la virtud


Si ‘virtud’ es el impulso de hacer el bien, y hacerlo bien, por supuesto que se requiere cierta ‘fuerza’, tanto física como intelectual y moral, para mantener ese propósito. En realidad, la ‘fortaleza’ es una virtud. Sabiduría, valor, prudencia, justicia, templanza, caridad y esperanza representan, todas, aspectos diferentes de ese vigor que permite perseverar en la búsqueda de cuanto es bello, bueno y verdadero... Su manifestación suprema sería otra virtud, quizá la más esquiva de todas: la ‘fe’.

Cuando la Dra. Soledad Ascencio Pérez fundó el Pentathlón Femenino, hace 60 años en abril 07, y le fijó el lema «Patria, Honor y Virtud» para tomar afinidad, al tiempo que distancia, del «Patria, Honor y Fuerza» del Varonil, no plantó a los dos agrupamientos en distintos continentes, aunque de primera impresión muchos pudiéramos pensarlo. Inteligente y fina –como en todo aspecto de su vida personal y profesional–, doña Soledad expresó una misma realidad, pero desde el universo que la sociedad mexicana había negado, aun siendo su mitad más noble: desde la visión del mundo propia de la mujer; el ‘eterno femenino’ de los poetas, filósofos y antropólogos. Lo femenino quedó soterrado en nuestra cultura nacional cuando la cosmovisión dualista de los pueblos indígenas pasó a las notas marginales.
Decir ‘fuerza’ es decir vigor, sudor, persistencia, tenacidad. Decir ‘virtud’ no es negar la fuerza, sino destacar sus cualidades menos sensibles, pero igualmente esenciales: abnegación, confianza (a veces, fe), inteligencia... Los hombres, defectuosos por naturaleza, faltos de medio cromosoma, tendemos a la fuerza bruta, la transpiración y la obcecación, lo que se nos da bastante bien y hasta lo disfrutamos. La mujer prefiere ser sutil, prolija, temperada. Donde el hombre prefiere el cincel y el mazo para revelar la belleza oculta en el mármol, la mujer privilegia el barro húmedo y el toque de sus dedos para formar la roca misma.
Los hombres preferimos las soluciones eficaces; las mujeres, la eficiencia: los hombres somos capaces de ir hasta la cima más alta por la flor más rara, pero sólo una vez. Las mujeres ascienden y descienden a diario la pendiente de la jornada con una sonrisa, que es más hermosa y duradera que cualquier flor.
¿Qué tiene, entonces, más «poder»? ¿La fuerza o la virtud? Digo que ninguna está sobre la otra. Perdido está el varón que confíe en obtener belleza, verdad y bondad sólo a golpes, como lo está la dama que espere conseguirlas con pura fe. Ni se trata tampoco de decidir quién impera sobre quién. Nos necesitamos, nos buscamos, nos reflejamos uno en el otro. Así fuimos creados y hay una buena razón para ello. En todo hay orden, equilibrio, poder y belleza, nos recuerda el Ideario (cfr. nn. 39 y 40), y la especie humana está sujeta a esa ley.
El poder sin orden ni equilibrio sólo genera caos. La belleza sin orden es sólo frivolidad; sin poder, es efímera. El orden sin poder es fútil; sin belleza, produce opresión.
La dimensión universitaria –universal– del PDMU se revela como su esencia humanista cuando miramos la fuerza a través del cristal de la virtud. Podemos traducir el vigor, la agresividad, como la llamaba el Cmte. Ad Vitam Jorge Jiménez, en caminos más tangibles, en guías claras: fortaleza, sí, pero también sabiduría, justicia, templanza, caridad... las que se quieran entresacar desde la formación moral de cada mexicano.


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Sabiduría Pentathlónica