20091118

Cobardía


Recorro las calles de antiguos amores... O que pudieron serlo, de no haber sido yo pusilánime, comodino, prejuicioso, reticente, acomplejado, imprudente... En resumen, cobarde. 


«No hay nostalgia peor
que añorar lo que nunca
jamás sucedió».

Joaquín Sabina  


«La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes
no llegan a amores ni a historias,
se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.
Silvio Rodríguez


«Uma vez amei, julguei que me amariam,
Mas não fui amado.
Não fui amado pela única grande razão —
Porque não tinha que ser»

Alberto Caeiro


Nada me preparó para enfrentar a las muchachas que me atraían y negociar con ellas hasta conseguir que me aceptaran; todas las relaciones románticas que conocí durante la niñez y buena parte de la adolescencia se resolvían higiénica, expedita y diplomáticamente, porque para mis autores de cabecera las prioridades eran otras. Baden Powell tampoco dejó un manual para resolver estos asuntos a la manera scout y, por supuesto, un colegio religioso para hombres es el último lugar donde hubiera podido –ni querido– conocer los asuntos del corazón.
Adolescente, llegué a la preparatoria ansioso de tratar (por fin) con muchachas, pero mis competencias comunicativas intersexuales eran infantiles. Podía entenderme muy bien con los adultos, lo que exploté a placer con los profesores, hombres o mujeres; podía considerarme un maestro del albur y todo lo que implicara el idiolecto macho adolescente, pero articular un «buenas tardes» para una condiscípula o devolverle un beso de saludo, simplemente me sumía en el pánico.
Entre eso e interpelar a quienes me atraían, había un abismo. Expresarles mis sentimientos representaba una angustia de muerte, y me preparaba para ello durante semanas, con la incertidumbre de quien espera la hora de subir al cadalso.
Y como no andaba yo de hostigoso detrás de ellas, resultó que dieron en considerarme de baja peligrosidad y acercárseme, pero no –¡demonios!– en plan romántico, sino de amigo y confidente. De modo que durante esos años tuve pocas novias y muchas buenas amigas, para envidia de los sátiros y para mi cotidiano tormento. Porque si ya me angustiaba sólo verter el corazón en palabras, ¿cómo me sentaría pensar, además, en traicionar su confianza y perder así la amistad, lo único que tenía de ellas y me permitía estar suficientemente cerca para respirar de su aliento?
Busqué soluciones intermedias: como el gentilhombre de la escuela, podía honrar la amistad con cortesías que sólo le hubieran permitido a sus  novios, pero a ellos no se les ocurrían; como el escritor de la generación, podía decirlo todo sin decirlo yo, o sin decir  nada. Pero no era eso lo que yo requería, sino el valor de acercarme a una mujer y confesarle mis sentimientos.
Por supuesto, de las novias que tuve (o algo parecido), en la mayoría de los casos ellas tuvieron la iniciativa; yo hacía intensos ejercicios mentales para convencerme de que me gustaban y me sentía bien.
Así que ahora, 20 años después, recorro las calles de esas mujeres ante quienes  me acobardé. Sólo me falta dar con la calle de San Martín; será porque, aunque tarde, a su habitante algún día me atreví a descubrirle el corazón.

Postscriptum 20120330.- Y a la vuelta de veinte años, te vienes a enterar que las más queridas de esas buenas amigas también sentían por ti algo más que pura y honesta amistad... Pero esperaron a que, en mi papel de caballero, diera yo el primer paso... Y la confesión tardía –mutua– duele, aunque dulcemente; largo, pero poco, y se vuelve imperativo hablar precisamente porque ya no es el momento y hay que conjurar los capítulos abiertos de ese ‘yo’ y ese ‘tú’ que ya no somos; el ‘nosotros’ que no fuimos, por callar demasiado. Y un enjambre de imágenes de esas vidas posibles nubla por minutos (por días) la vista del peatón que pasa frente al auto, de la nota que se redacta en la computadora; del sueño casto y apacible que se había preparado con dedicación para compartirlo de noche con la mujer que sí está aquí, en este presente; con los hijos que sí nacieron, el gato que sí ronronea y se lame las manos para arrullarse al pie de la cama.


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