20091029

La muerte


La muerte de la fe y la angustia de la muerte, son dos caras de una misma verdad: al vernos cruzando el universo, nos creemos inmortales e infinitos, pero en un instante algo nos recuerda que sólo somos criaturas miserables hechas del mismo polvo que solemos barrer.

Para mí, ese algo fue la canción –precisamente– «Across the Universe» brotando del acetato crepitante mientras –literalmente– barría el patio y –qué casualidad– miraba la luna, enorme y casi llena, pesar sobre la ciudad entera y sobre mí, ínfimo entre sus calles.
Ya antes había sentido der Angst, gracias a mi abuela y sus lecturas nocturnas en voz alta, en particular del muy piadoso opúsculo Para ayudar a bien morir (creo que alguien lo desapareció intencionalmente justo después que ella lo puso en práctica consigo misma), pero como quiera que fuera, ella, mi madre o mis propias convicciones me regresaban pronto al consuelo de la vida eterna y a echarme solo el lastre de la mala conciencia por no ser un muchacho suficientemente bueno para tener seguro el cielo.
El aguijón de esa noche, sin embargo, hizo la herida que nunca ha sanado. En un parpadeo (es literal) perdí la fe y la inmortalidad, y la angustia de descubrir cuán estériles son la vida y todos sus afanes, es decir, la irreversibilidad de la muerte, ha estado fielmente conmigo, para estas fechas, al menos por dos decenios cabales.
No le guardo rencor a John Lennon; de ninguna manera. Muy por el contrario, le agradezco la liberación: cuando dejé de perder el tiempo ganándome un paraíso que no existe, pude conocer el edén de las artes, sin atormentarme por la inmoralidad ni la diabolicidad que los mojigatos –envidiosos profesionales– le endilgan siempre a los máximos artistas y obras.
Además, sólo la estética rebasa a mi angustia existencial, de manera que llené mi vida de literatura, música y contemplación de artes visuales gracias a este sordo miedo-certeza de morir. El vértigo de la vacuidad de la vida sólo desapareció, durante muchos años, con altas y constantes dosis de escritura creativa.
Quienes me conocen bien saben que mi pequeña y finita alma se arroba ante una obra artística igual que los místicos con sus visiones religiosas, pero estoy muy consciente de que el éxtasis es más parecido al orgasmo que a la gloria entre las nubes: es intenso, es fabuloso, pero como la vida, se termina, y muy pronto.


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